custodiar a Cristo y hacerlo crecer en nosotros y en torno a nosotros”1.
Al celebrar un nuevo aniversario de fundación de nuestro Instituto junto a la Solemnidad del Santo Patriarca San José, deseo saludarlas y unirme a la acción de gracias a Dios por estos 36 años de fundación, en los que Dios nos ha colmado de bienes a través del fiel custodio de las vírgenes, nuestro querido San José.
Saludo de manera particular a todas las hermanas que hoy hacen su profesión perpetua y a quienes celebran aniversarios de votos. Me uno muy especialmente a cada una de ustedes, pidiendo a la Santísima Virgen y al Santo Patriarca que, intercedan para que vuestras vidas estén plenamente arraigadas en Cristo y puedan así “imitar más de cerca y representar perpetuamente en la Iglesia aquella forma de vida que el Hijo de Dios escogió al encarnarse”2.
No podemos dejar de recordar en esta fiesta a nuestro querido Padre Fundador, el P. Carlos Miguel Buela, a quien Dios eligió para fundar la Familia Religiosa del Verbo Encarnado. A todas pido, en este día tan significativo para nosotras, que lo recuerden especialmente en sus oraciones.
El Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1870, al nombrar a San José patrono de la Iglesia universal, dijo: “De modo parecido a como Dios puso al frente de toda la tierra de Egipto a aquel José, hijo del patriarca Jacob, a fin de que guardase trigo para el pueblo, así, al venir la plenitud de los tiempos, cuando iba a enviar a la tierra a su Hijo unigénito
Salvador del mundo, escogió a otro José, del cual el primero fue tipo o figura, a quien hizo amo y cabeza de su casa y de su posesión, y lo eligió como custodio de sus tesoros principales”3.
San José, obedeciendo a Dios, custodiando a María y siendo padre de Jesús, tomó parte activa en los misterios de la Encarnación y Redención. Dice San Efrén, el gran teólogo y doctor de la Iglesia: “¡José! ¿Quién podrá alabarlo como conviene?; él, a quien Tú, el más amante de los pastores no ha dudado en tomar como padre de adopción. […] Bienaventurado eres, tú, justo José, porque a tu vera creció quien se hizo niño pequeño para hacerse a tu tamaño. El Verbo habitó bajo tu techo sin abandonar por ello el seno del Padre… Quien es hijo del Padre, se llama hijo de David e hijo de José. […] Nació sin José quien es hijo de José”4.
También nosotras podemos decir que San José ha tomado parte activa en el nacimiento, crecimiento y custodia de nuestra Familia Religiosa, al haber determinado Dios que las Servidoras naciéramos en su día y fuera él nuestro Santo Protector como lo fue del Niño Jesús y de su Santísima Madre. Desde la primera treintena que rezaron las jóvenes que serían luego las Servidoras del primer grupo, para poder tener una casa donde iniciar la fundación de nuestro Instituto, y que el Santo atendió con premura para otorgar lo que se le imploraba, las gracias obtenidas de este Santo Custodio han sido innumerables. Él ha dado muestras de ejercer un singular patrocinio sobre nosotras a lo largo de estos 36 años de vida. Ha sido para nosotras poderoso amparo en las dificultades, custodio celosísimo de las Servidoras, protector de nuestra Familia Religiosa, generoso tesorero de los dones de Dios, colaborador inseparable en nuestros apostolados, modelo de consagración a Jesús y María, ayuda en la persecución, auxilio en nuestras necesidades, sostén de las Servidoras enfermas, asistente solícito en el tránsito de esta vida a la eterna de las que han partido hacia la Casa del Padre.
Los libros editados “San José y las Servidoras”, en sus tres volúmenes son un canto de alabanza a su providencia para con nosotras en las diferentes misiones que llevamos adelante en el mundo. Todo esto debe llevarnos a acrecentar en nosotras la devoción a San José y a recurrir siempre a su poderosa intercesión.
Es también una gracia singular el que nuestro primer convento, donde dio inicio nuestro Instituto fuese puesto bajo su patrocinio, el Convento “San José” en San Rafael (Argentina), y el que tengamos otros dedicados en su honor, como son el monasterio de Filipinas y el de Albania. Otro don de Dios es el monasterio de Tuscania, donde se custodia y se venera el milagro que él quiso realizar en favor de una clarisa enferma, haciéndose visible y fuese así un lugar de perpetua veneración y de milagros que se obran por su intercesión.
Celebrar su fiesta es una ocasión propicia para darle gracias por tantos bienes espirituales y materiales que recibimos por su intercesión, y para renovar nuestra filial devoción a este gran Patriarca que con tanta diligencia supo proteger, alimentar, custodiar a la Madre y al Hijo de Dios.
Por eso no dudemos en acudir a José: Ite ad Ioseph. ¡Vayamos a José! que nos lleva directamente a Cristo, con quien él estuvo en contacto permanente; Vayamos a José, que nos lleva a conocer íntimamente a María, a quien custodió y protegió; Vayamos a José para penetrar en el silencio de Nazaret, para ahondar en el misterio de la Encarnación; Vayamos a José para que preserve nuestra vida consagrada; Vayamos a José en nuestras noches oscuras, cuando sintamos que los planes de Dios nos sobrepasan; Vayamos a José siempre porque siempre fueron a él Jesús y María. Vayamos a José en la hora de la muerte pues él la tuvo dichosa en los brazos de María y Jesús; Vayamos a José para pedirle que custodie la Iglesia y a nuestra Familia Religiosa,
¡Vayamos a José!
“San José coopera, en la plenitud de los tiempos, en el gran misterio de la Redención […] al haber hecho de su vida un servicio […] al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que está unida a él; […] al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa”5.
Por eso José de Nazaret es para nosotras modelo de entrega como consagradas y misioneras, en él podemos ver cumplido lo que se dice en nuestro Derecho Propio: “todos los miembros del Instituto deben perfeccionarse siendo en Cristo ‘una ofrenda eterna para Dios’, ‘una víctima viva y perfecta para alabanza de tu gloria’ […] Actitud que hay que vivir permanentemente, sin disminuciones ni retractaciones, sin reservas ni condiciones, sin subterfugios ni dilaciones, sin repliegues ni lentitudes. Tanto en los empeños de lo íntimo, como en los altos empeños históricos: no es capaz de edificar imperios quien no es capaz de dar fuego a sus naves cuando desembarca”6.
La misión de San José fue única e irrepetible en la historia de la salvación. A tanta gracia y a tan alta misión correspondió de modo admirable pues la misma Escritura lo llama hombre justo7.
“José es el ‘hombre justo’, que en el silencio laborioso de cada día persevera en su adhesión a Dios y a sus planes. En un momento especialmente difícil se pone a ‘considerar todas las cosas’8. Medita, reflexiona, no se deja dominar por la prisa, no cede a la tentación de tomar decisiones precipitadas, no sigue sus instintos y no vive sin perspectivas. Cultiva todo con paciencia. Sabe que la existencia se construye sólo con la continua adhesión a las grandes opciones […] Porque la vocación, como la vida, sólo madura por medio de la fidelidad de cada día”9.
“San José habla poco pero vive intensamente, no sustrayéndose a ninguna responsabilidad que la voluntad del Señor le impone. Nos ofrece ejemplo atrayente de disponibilidad a las llamadas divinas, de calma ante todos los acontecimientos, de confianza plena, derivada de una vida de sobrehumana fe y caridad y del gran medio de la oración”10.
Desde el descubrimiento de su vocación de padre virginal del Redentor, José no tuvo otro corazón ni otra vida que la de Jesús y María, entregado por entero al servicio de los primeros misterios de salvación de la vida oculta de Jesús, confiados a su cuidado directo y autoridad paterna. Hizo de su vida una ininterrumpida oblación como hostia viva agradable a Dios, unido a la entrega sacrificial de su Hijo virginal, en obediencia a la voluntad salvífica del Padre. Ante tanta grandeza también nosotras podemos exclamar con el poeta:
Serafines abrazados,
decidme, si lo sabéis,
¿qué tanto puede en la corte
con Sus Altezas José?
Si a la que es mejor mujer
de Dios el que mejor es,
y vivieron transformados
él en ella y ella en él;
si vosotros sois vasallos
que besáis sus blancos pies,
por vuestra reina adorando
la que él tiene por mujer;
si Dios lo que es Dios cría
y él crió lo que Dios es
y fue criador del Criador,
serafines, ¿qué diréis?11
“Encomendándonos, por tanto, a la protección de aquel a quien Dios mismo ‘confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes’ aprendamos al mismo tiempo de él a servir a la ‘economía de la salvación’. Que San José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado”12.
Pidamos a San José que, así como cuidó y custodió la Sagrada Familia, custodie y libre de todo mal nuestra Familia Religiosa y a cada miembro en particular, que nos enseñe a cooperar en el misterio de la redención, a aceptar con obediente humildad la voluntad de Dios, a obrar movidos por Él y para Él, con grande fortaleza y magnanimidad sin amedrentarnos ante las dificultades, como nos dejó escrito nuestro Padre Fundador: “Toda religiosa elegida por y con singular amor para ser esposa del Verbo Encarnado, a imitación de San José, debe dedicarse por completo a su cuidado, es decir, a buscar de complacerlo haciendo su santísima voluntad y siendo madres espirituales de sus hijos”13.
¡Muy feliz día de San José!
M. María Corredentora Rodriguez
Superiora General
1 PABLO VI, Ángelus, 19 de marzo de 1970.
2 Directorio de Espiritualidad, 43.
3 Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, Quemadmodum Deus.
4 Citado por Martelet Bernard, José de Nazaret, Ed. Palabra, Madrid, 1999, p. 202.
5 S. JUAN PABLO II, Ángelus, 21 de marzo de 1999.
6 Directorio de Espiritualidad, 73.
7 Mt 1,19.
8 Cf. Mt 1,20.
9 FRANCISCO, Catequesis, 22 de enero de 2022.
10 S. JUAN XXIII, Alocución, 17 de marzo de 1963.
11 Poesía de José de Valdivielso.
12 S. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, 32.
13 Cf. P. CARLOS M. BUELA, San José y las Servidoras, 25 años, prólogo al libro.