A la única Iglesia de Cristo es esencial la dimensión mariana, como le es esencial la dimensión eucarística y la dimensión petrina[1].

La Eucaristía

El fundamento más profundo de nuestra unidad como familia religiosa lo encontraremos siempre en la Eucaristía, que perpetúa el sacrificio de la Cruz. Ella debe ser uno de nuestros grandes amores, ya que es el signo inequívoco del amor sin medida de Dios a los hombres, de Dios que quiere quedarse entre los hombres, de Dios que se entrega totalmente al hombre: “En la Eucaristía, la lógica de la Encarnación alcanza sus extremas consecuencias”[2].

Debemos adorar y tener siempre un particular amor al Santo Sacrificio de la Misa, que es el verdadero sacrificio “de alabanza”, “puro, inmaculado y santo”[3], “agradable… y salvación para todo el mundo”[4], que “nos abre ca­mi­no” hacia el Padre[5], “único”[6], “de reconciliación perfecta”[7], “nuestro”[8], “vivo”[9]. Por eso en la Liturgia Eucarística Cristo habla, ante todo, con la fuerza de su Sacrificio. Es un discurso muy conciso y al mismo tiempo ardiente. Debemos saber escucharlo atentamente.

La Virgen María

La Virgen María debe ser otro de nuestros grandes amores. Por su unión con Cristo y con la Iglesia. Por habernos engendrado a nosotros, los miembros, junto a la Cabeza. Por habernos sido dada como Madre cuando estaba de pie al pie de la Cruz: He ahí a tu hijo (Jn 19,26).La Santísima Virgen María es modelo de comunión eclesial “en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo”[10], ella “es la imagen y principio de la Iglesia… antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo”[11].

Ella está en medio de los Apóstoles, en el corazón mismo de la Iglesia naciente: perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste (Act 1,14), y de la Iglesia de todos los tiempos.

Debemos ser Apóstoles de María entregándonos a Ella en la materna esclavitud de amor y haciendo todo “por María, con María, en María y para María”[12].

Téngase siempre en los momentos de eutrapelia un recuerdo de la Santísima Virgen. Hágase igual cuando ocurran actividades culturales, ya que después de Jesucristo nadie hace tanto por la evangelización de la cultura como nuestra Madre del cielo.

El Santo Padre

Nuestro tercer gran amor debe ser siempre la blanca figura del Papa. “Allí donde está Pedro, allí está la Iglesia”[13] y “Pedro habla por la boca de León”[14]. Luego de que Simón da testimonio de Cristo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), Cristo da testimonio de Simón: Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt 16,18)

Hacemos nuestra la enseñanza de San Ignacio de Loyola: “Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo veo, creer que es negro, si la Iglesia Jerárquica así lo determina”[15]. Por tanto, seguros de que esa es la voluntad de Jesucristo, “permanezcamos sordos cuando alguien nos hable prescindiendo del Papa, o no explícitamente en favor del Papa y de la sana y exacta doctrina de la Iglesia: los tales no son plantación del Padre Celestial, sino malignos retoños de herejías que producen fruto mortífero”[16]. Recordemos siempre que “al Papa se le debe amar en cruz; y quien no lo ama en cruz, no lo ama de veras. Estar en todo con el Papa quiere decir estar en todo con Dios; amar a Jesucristo y amar al Papa es el mismo amor”[17], ya que “… amar al Papa, amar a la Iglesia, es amar a Jesucristo”[18].


[1]Cf. SSVM, Directorio de Espiritualidad, 300-312

[2] Juan Pablo II, Alocución dominical (19/07/1981), 2; OR (26/07/1981), p. 2.

[3] Misal Romano, Plegaria Eucarística I.

[4] Misal Romano, Plegaria Eucarística IV.

[5] Misal Romano,Plegaria Eucarística V.

[6] Misal Romano, Plegaria Eucarística sobre la reconcilia­ción I.

[7] Misal Romano, Plegaria Eucarística II.

[8] Misal Romano, Plegaria Eucarística para las Misas con niños II.

[9] Misal Romano, Plegaria Eucarística III.

[10] LG, 63.

[11] LG, 68.

[12] VD, nº 257.

[13] San Ambrosio, Enarr. In Psalmos, XL, 30.

[14] Aclamación de los padres conciliares de Calcedonia (451), al concluirse la lectura del Tomus ad Flavianum de San León I, Magno.

[15] EE, [365].

[16] San Luis Orione, Cartas de Don Orione, Carta de Pentecostés de 1912, Ed. Pío XII, Mar del Plata 1952, p. 184.

[17] San Luis Orione, Cartas, I, p. 99; cit. OR (24/07/­1992), p. 1.

[18] San Luis Orione, Cartas de Don Orione, Carta del 01/07/1936, Ed. Pío XII, Mar del Plata 1952, p. 133.