La Santa Misa

Santa Misa[1]Lo principal, lo más importante que debemos hacer cada día, es participar del Santo Sacrificio de la Misa. Es el acto principal de culto, el sacrificio de alabanza que da a Dios gloria infinita. En ella Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, perpetúa en los altares de todo el mundo su Sacrificio redentor, de manera que los efectos de su Pasión alcancen a todos los hombres de todos los tiempos. La Santa Misa es el acto litúrgico por excelencia, y “la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza”[2], de ella “deriva hacia nosotros la gracia… y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin”[3].

La Liturgia de las Horas

oracion“El cántico de alabanza que resuena eternamente en las moradas celestiales y que Jesucristo, sumo Sacerdote, introdujo en este destierro ha sido continuado fiel y constantemente por la Iglesia”[4].

Este cántico de alabanza constituye la Liturgia de las Horas, en la que la “función sacerdotal (de Cristo) se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo el mundo…”[5]. La Liturgia de las Horas, “fuente de piedad y alimento de la oración personal”[6], debe realizarse con la convicción de que “todos aquellos que ejercen esta función… mientras alaban a Dios, están ante su trono en nombre de la Madre Iglesia”[7]. En esta oración, “complemento necesario del acto perfecto del culto divino que es el sacrificio eucarístico”[8], es necesario “que… reconozcamos nuestra propia voz en Cristo y su propia voz en nosotros”[9].

La Adoración al Santísimo Sacramento

La Adoración al Santísimo Sacramento[10]En todas nuestras comunidades apostólicas se hace la exposición y adoración del Santísimo Sacramento durante una hora, puesto que adorar al Santísimo Sacramento es “el acto más excelente, pues comparte la vida de María en la tierra, cuando le adoraba en su seno virginal, en el pesebre, en la Cruz o en la divina Eucaristía.

El acto más santo, ya que es éste el ejercicio perfecto de todas las virtudes: fe, la cual es perfecta y completa cuando adora a Jesucristo oculto, velado y como anonadado en la Sacratísima Hostia; esperanza, ya que para que pudiésemos esperar pacientemente el cielo de la gloria, y para conducirnos a él, creó Jesucristo el hermoso cielo de la Eucaristía; caridad, pues como el amor es toda la ley, toda ella se cumple al adorar a nuestro Dios y Señor en el Santísimo Sacramento con toda la mente, todo el corazón, toda el alma y con todas las fuerzas; adorando también se puede practicar la caridad perfecta para con el prójimo, orando por él e implorando en su favor las gracias y misericordias del Salvador. El acto más justo: adoramos a Jesucristo por aquellos que no le adoran, le abandonan, le olvidan, le menosprecian y le ofenden”[11].

El rezo del Santo Rosario

[12]Somos marianas, por eso con el rezo del Santo Rosario diario, meditamos la El rezo del Santo Rosarioobra de la Redención consumada por Jesucristo, a la que asoció a su Madre. “El Santo Rosario es un sacrificio de alabanza a Dios por el beneficio de nuestra redención y un devoto recuerdo de los sufrimientos, muerte y gloria de Jesucristo”[13]. El Rosario es un “compendio del Evangelio”[14], “oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora”, y en él “la repetición letánica del ‘Dios te salve, María…’ se convierte también en alabanza a Cristo”[15].

Angelus y Regina Coeli

[16]Asimismo, otra práctica de piedad y de veneración a la Santísima Virgen que nos caracteriza es el Ángelus (o del Regina Coeli en Tiempo Pascual), por el que “mientras conmemoramos la Encarnación del Hijo de Dios pedimos ser llevados por su Pasión y Cruz a la gloria de la resurrección”, y en el que se dan, como elementos esenciales, “la contemplación del misterio de la Encarnación del Verbo, el saludo a la Virgen y el recurso a su misericordiosa intercesión”[17]. El rezo del Ángelus debe servirnos “para renovar la conciencia del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios”[18].

El sacramento de la Penitencia y la práctica de la Dirección Espiritual

[21]El santo sacramento de la Reconciliación o Penitencia ocupa un lugar importantísimo en nuestra vida espiritual, de tal modo que consideramos recomendable que se lo reciba semanalmente. Debemos tener devoción a la confesión frecuente, ya que son muchos los frutos que de ella se siguen: “…aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se desarraigan las malas costumbres, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias y aumenta la gracia en la virtud del sacramento”[22].

En este camino hacia la santidad, a la que el Señor nos llama (cfr. Mt 5,48; Ef 1,4), Dios ha querido que nos ayudáramos mutuamente, haciéndonos mediadores en Cristo para acercar a los hermanos a su eterno amor. En este horizonte de caridad se insertan la celebración del sacramento de la penitencia y la práctica de la dirección espiritual.[25]

Desde los primeros siglos de la Iglesia hasta nuestros días, se ha practicado el consejo espiritual, llamado también dirección, guía y acompañamiento espiritual. Se trata de una praxis milenaria que ha dado frutos de santidad y de disponibilidad evangelizadora.[26]

El consejo o dirección espiritual ayuda a distinguir «el espíritu de la verdad y el espíritu del error» (1Jn 4,6) y a «revestirse del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y en la santidad de la verdad» (Ef 4,24). La dirección espiritual es sobre todo una ayuda para el discernimiento en el camino de santidad o perfección.[27]

[1]Cf.SSVM Constituciones 137-38

[2]SC, 10.

[3]SC, 10.

[4]Pablo VI, Constitución apostólica Laudis canticum (01/11/1970), prólogo.

[5]SC, 83.

[6]SC, 90.

[7]SC, 85.

[8]Pablo VI, Constitución apostólica Laudis canticum(01/11/1970), prólogo.

[9]Pablo VI, Constitución apostólica Laudis canticum(01/11/1970), 8; Cf. San Agustín, Comentarios sobre los salmos, 85,1.

[10]Cf. SSVM Constituciones 139

[11]San Pedro Julián Eymard, Obras eucarísticas, Ed. Eucaristía, 1963, pp. 763-764.

[12]Cf. SSVM Constituciones 140

[13]San Luis María Grignion de Montfort, El secreto admirable del Santísimo Rosario, nº 68.

[14]Pío XII, Carta al Arzobispo de Manila, Philippinas Insulas, A.A.S. 38 (1946).

[15]Pablo VI, Encíclica Marialis cultus (02/02/1974), 46.

[16]Cf. SSVM Constituciones 141

[17]Pablo VI, Encíclica Marialis cultus (02/02/1974), 41.

[18]Juan Pablo II, Homilía en la Misa de la presentación de la Encíclica Laborem Exercens (13/09/1982); OR (20/09/1981), p. 2.

[21]Cf. SSVM Directorio de Espiritualidad 101

[22]Pío XII, Encíclica sobre el Cuerpo místico de CristoMystici Corporis Christi (1943), 73c.

[25]Congregación para el Clero, El Sacerdote confesor y Director Espiritual, Ministro de la Misericordia Divina, 1

[26]Congregación para el Clero, El Sacerdote confesor y Director Espiritual, Ministro de la Misericordia Divina, 64

[27]Congregación para el Clero, El Sacerdote confesor y Director Espiritual, Ministro de la Misericordia Divina, 77