San José y el 35º Aniversario de Fundación de SSVM

Fiesta de San José y el 35º Aniversario de Fundación de SSVM

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?… Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo”1.

En este día que celebramos el 35º aniversario de fundación de nuestro querido Instituto, deseo invitarlas a elevar cantos de acción de gracias a Dios por que, en un día como hoy, nos reunió en esta Familia Religiosa bajo el paternal patrocinio de San José.

Deseo asimismo, felicitar a todas las hermanas que hoy realizan sus votos perpetuos en Argentina, Brasil, Perú, Ecuador y en Filipinas; y a aquellas que celebran su aniversario de votos perpetuos.

Dios dispuso que nuestro Instituto naciese bajo el amparo y cuidado de quien fuese el custodio de los tesoros más preciosos de Dios Padre: el Verbo Encarnado y su Santísima Madre. Esto nos tiene que llenar de júbilo y animar a recurrir “a San José e invocar confiadas su patrocinio, teniendo siempre presente ante nuestros ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de ‘participar’ en la economía de la salvación”2.

San José acogiendo con prontitud los designios de Dios ofrendó toda su vida al servicio de Cristo y de la Santísima Virgen. Del mismo modo nosotras al profesar nuestros votos religiosos hemos consagrado nuestra vida al Verbo Encarnado. Como él, estamos llamadas, a “vivir siempre por Jesús y por María, con Jesús y con María, en Jesús y en María, para Jesús y para María”3. “El centro de nuestra vida debe ser Jesucristo”4, buscando siempre y en todo, a ejemplo de San José y de la Santísima Virgen, de actuar con “docilidad y prontitud en la ejecución de lo que pide el Espíritu Santo”5.

Conscientes de que en todo hay un designio redentor y mirando hacia atrás ¡cómo no regocijarnos y prorrumpir en cantos de acción de gracias por tantos beneficios recibidos en estos 35 años! Desde esta perspectiva podemos contemplar el pasado y ver cómo Dios nos ha guiado, protegido, y hecho fecundas. Podemos contemplar cómo las gracias se han entrelazado, formando una cadena que llega hasta el día de hoy, en dimensiones materiales y espirituales que nunca hubiésemos sospechado ni imaginado en los inicios de nuestro Instituto.

Por eso quisiera en este día dar especialmente gracias a Dios por los dones, que considero son el fundamento de nuestra consagración, y que debemos procurar de cuidar y acrecentar.

En primer lugar, demos gracias a Dios por el don de la vocación, don gratuito de su amor de predilección, que nos ha llamado para imitar su vida para ser como “una nueva Encarnación del Verbo”6, practicando las virtudes del anonadamiento.

Conscientes de que la vocación tiene origen en Dios Padre, de quien viene todo don excelente y toda gracia perfecta7, esforcémonos por responder a este llamado de manera incondicional, haciendo un holocausto total de nuestras vidas. De tal manera que, como San José, hagamos de nuestras vidas “un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él”8.

La misión redentora de Cristo se realiza en y a través de su Cuerpo Místico que es la Iglesia. Nosotros, los consagrados, que hemos sido llamados a seguir a Cristo de cerca, tenemos el deber de colaborar en la misión de salvación de todos los hombres, según el mandato de Cristo “id al mundo entero y proclamad el Evangelio”9. “El amor de Cristo nos apremia”10, por eso debemos empeñar todas nuestras fuerzas “para que el reino de Cristo se asiente y consolide en las almas y para dilatarlo por todo el mundo”11. Nuestro amor a Cristo se identifica con el amor a la Iglesia, “el amor a Cristo Cabeza incluye el amor a su cuerpo, la Iglesia, con el que se identifica místicamente”12. Por lo que queremos “vivir más y más para Cristo y su Cuerpo que es la Iglesia”13.

Es éste otro don inmerecido que hemos recibido, la llamada a la misión, que en nuestro caso es esencial a nuestro carisma. Teniendo en cuenta que el protagonista de la misión es el Espíritu Santo14, es imperioso que nos dejemos guiar por sus inspiraciones, que vivamos unidos a Cristo, que seamos reflejos vivientes de Su persona. “El testimonio de vida cristiana es la forma primera e insustituible de la misión: Cristo, cuya misión continuamos, es el “testigo” por excelencia (Ap 1,5; 3,14) y el modelo … La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero… El misionero que, a pesar de todas sus limitaciones y defectos humanos, vive una vida sencilla, tomando como modelo a Cristo, es signo de Dios y de realidades trascendentes”15. El ser partes de la misión redentora de Cristo es un privilegio y por eso mismo tenemos una obligación mayor de dar testimonio de nuestra fe.

Junto con la gracia de la vocación y de la misión, hemos recibido también el llamado a pertenecer a una familia en particular, hemos nacido en una familia, en la Familia del Verbo Encarnado. Es el mismo Cristo quien nos ha llamado y reunido en ella, no con lazos de sangre sino más fuertes que éstos, con lazos sobrenaturales. Nos ha llamado a imitarlo y seguirlo para configurarnos con Él, según la espiritualidad y carisma propio.

La Congregación es nuestra madre, porque es ella la que nos ha dado la vida, la que nos protege y cuida guiándonos a través del carisma. Por eso tantos santos han expresado ese amor filial a su propio instituto, ejemplo elocuente de esto es el testimonio de los Mártires de Barbastro: “Yo gritaré con toda la fuerza de mis pulmones y a nuestros clamores entusiastas adivina tú, Congregación querida, el amor que te tenemos pues te llevamos en nuestros recuerdos hasta estas regiones de dolor y muerte”16

Así como amamos a Dios y amamos nuestra vocación, amemos el lugar donde Él dispuso que respondamos a su llamado. Amemos nuestra Congregación porque es a través de ella que recibimos también innumerables gracias.

Al celebrar este don inmerecido y precioso que hemos recibido de consagrarnos a Dios en este Instituto, que hoy cumple 35 años de vida, consideremos las innumerables gracias que se han derivado de esta primera gracia ¡cuántos bienes espirituales!, ¡cuántas vocaciones!, ¡cuántas misiones!, ¡cuántos sagrarios nuevos en el mundo!, ¡a cuántas almas hemos podido ayudar, evangelizar!, ¡cuántos dones materiales!, ¡cuántas gracias a nivel Instituto, a nivel comunitario, a nivel personal! La lista sería interminable, sólo en el cielo comprenderemos todos los bienes que Dios nos ha otorgado. Es un deber de justicia ser agradecido. Decía San Bernardo: “Dichoso el que por cada don que recibe se dirige al que es la plenitud de todas las gracias. Al no ser ingratos por lo que recibimos, nos hacemos más capaces de la gracia y dignos de mayores dones. Lo único que nos impide progresar en la perfección es la ingratitud: el donante tiene por perdido lo que recibe el ingrato, y en lo sucesivo se cuida de no dar más para no perderlo. Dichoso, en consecuencia, el que (…) se vuelca en gratitud por el más pequeño beneficio, sin dudar ni ocultar que es puro don. Entreguémonos con todo fervor a la acción de gracias para atraernos la gracia de nuestro Dios, que es la única capaz de salvarnos. Y no seamos únicamente agradecidos de palabra y con la lengua, sino con las obras y en verdad”17.

Entreguémonos con todo fervor a la acción de gracias por las bendiciones que Dios nos ha concedido. Las invito a hacer un “examen” de las gracias recibidas, para que reconociendo la prodigalidad divina en nuestras vidas podamos agradecer y corresponder a tantos dones que Dios ha derramado sobre nosotras.

Debemos dar gracias también por los momentos de dificultad, de oscuridad, por los dolores y sufrimientos que hemos tenido en estos 35 años, a nivel personal y a nivel Instituto, porque sabemos que todo lo que sucede, sucede para nuestro bien. Dios, nuestro Padre, que es omnipotente y sabio puede sacar bien del mal. Todo, todo, sucede para nuestro bien. Confiemos en Dios, que sobradas pruebas de su amor tenemos.

Como dice nuestro derecho propio “un modo particular de dar gloria a Dios es el confiar sin límites en su Providencia, basados en su designio de salvación, que se manifiesta de modo eminentísimo en la Encarnación. Debemos aprender a mirar todo como venido de Aquel que no se olvida ni de un pajarillo… y tiene contados hasta nuestros cabellos. Por eso enseña San Pablo que todas las cosas se disponen para el bien de los que aman a Dios (Rom 8,28). Al decir todas las cosas, no exceptúa nada. Por tanto aquí entran todos los acontecimientos, prósperos o adversos… Todo, absolutamente todo. Al decir se disponen para el bien, se entiende que cooperan, contribuyen, suceden, para nuestro bien espiritual… Debemos creer con firmeza inquebrantable que aun los acontecimientos más adversos y opuestos a nuestra mira natural, son ordenados por Dios para nuestro bien, aunque no comprendamos sus designios e ignoremos el término al que nos quiere llevar… Si amamos a Dios es imposible que haya algo en el mundo que no concurra y contribuya para nuestro bien”18.

Imitemos a nuestro Santo Patrono en responder con docilidad y prontitud a lo que nos pide diariamente el Espíritu Santo, a pronunciar nuestro fiat, como lo hizo la Santísima Virgen. Sin olvidar que “toda la riqueza de una [Servidora] consiste en darse al Verbo”19 en “el servicio humilde y la entrega generosa, en la donación gratuita de sí mismo mediante un amor hasta el extremo”20.

Pidamos la gracia, a imitación de nuestra Santísima Madre y de San José, de vivir y morir en el servicio alegre y solícito al Verbo Encarnado.

Imploremos con gran fervor a San José que custodie nuestra Familia Religiosa, así como cuidó a la del Redentor, para que vivamos siempre atentos a la voluntad de Dios, guiados por la fe y movidos por la caridad, sin turbarnos por las dificultades de la vida, para servir a Cristo y a la Iglesia en fidelidad al espíritu que hemos recibido como Familia del Verbo Encarnado.

Aprendamos con San José a ser cada vez más de María para ser cada vez más de Jesús. 

M. María Corredentora Rodriguez
Superiora General

 

 


[ 1] Sal 115,12.14
[ 2] Cf. Redemptoris Custos, 1.
[ 3] Constituciones, 89.
[ 4] Directorio de Vida Consagrada, 225.
[ 5] Directorio de Espiritualidad, 16.
[ 6] BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD, Elevaciones, Elevación nº 33.
[ 7] Cf. St 1,17.
[ 8] Redemptoris Custos, 8.
[ 9] Mc 16,15.
[10] 2 Cor 5,14.
[11] Directorio de Vida Consagrada, 23.
[12] Directorio de Vida Consagrada, 317.
[13] Directorio de Vida Consagrada, 13.
[14] Cf. Redemptoris Missio, 21.
[15] Redemptoris Missio, 42.
[16] BEATO FAUSTINO PÉREZ GARCÍA, Carta a la congregación, 13 de agosto de 1936.
[17] SAN BERNARDO, Sermón 28.
[18] Directorio de Espiritualidad, 67.
[19] Cf. Directorio de Espiritualidad, 52.
[20] Directorio de Vida Consagrada, 229.