Nuestra Familia Religiosa, que busca ser otra prolongación de la Encarnación del Verbo, “para encarnarlo en todo lo auténticamente humano” 1 , desea por medio de las obras de misericordia:
- Continuar revelando a los hombres el amor misericordioso de Dios para con el género humano, y seguir encarnándola mediante todo tipo de obras de beneficencia y con ello aliviar muchos de los males que aquejan al hombre actual.
- Para que además por el testimonio de la caridad muchos hermanos conozcan a Dios “para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo”. 2
- Amar a Dios manifestándolo en el amor concreto a los hermanos, ya que es el único medio posible de amar a Dios, según nos enseñó Jesucristo, como además afirma el apóstol: “quien dice que ama a Dios y no ama a sus hermanos, es un mentiroso”. 3
Queremos así seguir las huellas del Verbo Encarnado, que viniendo a redimirnos del pecado, se compadeció aun de las heridas que este causó en nosotros, dado que pasó por este mundo sanando a los hombres de sus miserias físicas y espirituales, con lo cual dio prueba fehaciente de su misericordia y de su amor al Padre.
Resumiendo lo que debe ser nuestro espíritu en la práctica de las obras de misericordia llamadas “corporales”, recordamos la exhortación de la Beata Madre Teresa de Calcuta:
“no estamos aquí por el trabajo. Estamos por Jesús. Ante todo somos religiosos. No asistentes sociales, maestros, enfermeros, médicos. Servimos a Jesús en los pobres y todo esto que hacemos es por Él. Nuestra vida no tiene otro sentido. Ésta es una cosa que muchos no comprenden. Servimos a Jesús veinticuatro horas al día y Él nos da fuerzas. Lo amamos en los pobres y a los pobres con Él, pero siempre primero al Señor”.
Hay que privilegiar la atención de pobres, enfermos y necesitados de todo tipo: la caridad de Cristo nos urge (2 Cor 5,14).