“Desde los primeros siglos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que se han sentido llamados a imitar la condición de siervo del Verbo Encarnado y han seguido sus huellas viviendo de modo específico y radical, en la profesión monástica, las exigencias derivadas de la participación bautismal en el misterio pascual de su muerte y resurrección. De este modo, haciéndose portadores de la Cruz, se han comprometido a ser portadores del Espíritu, hombres y mujeres auténticamente espirituales, capaces de fecundar secretamente la historia con la alabanza y la intercesión continua, con los consejos ascéticos y las obras de caridad”.[1]
“Dentro de la finalidad de nuestra Familia Religiosa del Verbo Encarnado, evangelizar la cultura prolongando así la Encarnación, las contemplativas del Instituto Femenino, con su vida, quieren fundar en el unum necessarium (Lc 10,42) toda la obra del Instituto[2], pues las religiosas dadas únicamente a la contemplación, contribuyen con sus oraciones a la labor misional de la Iglesia: “Los institutos de vida contemplativa tienen importancia máxima en la conversión de las almas con sus oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por la oración, envía más operarios a su mies, despierta la voluntad de los no cristianos para oír el Evangelio y fecunda en sus corazones la palabra de salvación…”[3]
“Las monjas llevan en el corazón los sufrimientos y las ansias de cuantos recurren a su ayuda y de todos los hombres y mujeres”.[4]
“Por el misterio de fe de la comunión de los santos, las contemplativas se dispondrán y se ofrecerán a Dios para que por ellas todos los miembros de la Iglesia crezcan en santidad, sabiendo que la “nota” por la que la Esposa de Cristo es llamada “santa”, resplandece de modo peculiar en la vida consagrada[5]. Querrán vivir así el misterio de fe de la Iglesia, creyendo en la fecundidad de su apartamiento del mundo. “Su amor esponsal por Cristo se convierte de modo casi orgánico en amor por la Iglesia como Cuerpo de Cristo, por la Iglesia como Pueblo de Dios, por la Iglesia -a la cual representa- que es a la vez Esposa y Madre”[6] .”[7]
“Los monasterios de nuestra familia serán vanguardia de nuestro Instituto y guardianes de su espíritu, mostrando a todos la primacía del amor a Dios y el valor de las virtudes mortificativas del silencio, penitencia, obediencia, sacrificio y amor oblativo.”[8]
“Esa religiosa, al rezar, expía y repara por los pecados propios y por los nuestros … Y qué necesidad tiene el mundo y los hombres de personas que reparen por nuestros propios pecados, que expíen, que impetren de Dios el perdón, que pidan a Dios todas las cosas que se necesitan tanto del orden espiritual como del orden material .”
(Padre Carlos Buela, Servidoras II)
[1] Exhortación Apostólica Postsinodal Vita Consecrata, 6.
[2] Regla Monástica, número 2
[3] Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes divinitus, 1965
[4] Verbi Sponsa, número 8, – Instrucción sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas, de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, 13 de Mayo de 1999.
[5] Cf. LG, 44.
[6] RD, 15.
[7] Regla Monástica, número 10.
[8] Regla Monástica, número 13.