Para perseverar en la vida religiosa y “dar frutos”, sabemos que es fundamental la oración.

Saber que Jesús es verdadero Dios nos debe mover a practicar las virtudes de la trascendencia: fe, esperanza y caridad, a dar importancia insustituible a la vida de oración y a la necesidad de las purificaciones activas y pasivas del sentido y del espíritu.[1]

Sobre todo, se funda la comunidad en una vida espiritual intensa[2]: la Misa diaria, la adoración al Santísimo Sacramento, el rezo de la Liturgia de las Horas, la Liturgia Penitencial semanal[3], el capítulo semanal, el rezo diario del Santo Rosario y del Ángelus/Regina Coeli, el Vía Crucis, el uso del escapulario, etc.[4]