Apostolado Intelectual
(1)Las religiosas dedicadas a la docencia procurarán imbuirse en el amor absoluto y total a la verdad, trabajarán para que los principios del Evangelio influyan efectivamente en la vida de los hombres y combatirán con todas sus fuerzas el error, en medio de un mundo que cree que el error posee entre los hombres iguales derechos que la verdad. En las disciplinas teológicas darán al Magisterio de la Iglesia, a la doctrina de los Santos Padres y a las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino el lugar privilegiado que les otorgan los Papas, el Concilio Vaticano II y el Código de Derecho Canónico. En filosofía enseñarán los aportes de la antigüedad griega recibidos por la tradición católica y que reciben el justo nombre de “patrimonio filosófico perennemente válido”(2).
(3)Los que se dediquen a la investigación teológica, filosófica, científica, cultural, etc., tienen que tener muy en claro que, aunque parezca más distante, este trabajo intelectual no sólo es para mayor gloria de Dios, sino también para el mayor bien de las almas, y entra de lleno en el carisma de nuestro Instituto.
(4)Por otra parte, teniendo en cuenta la especial conveniencia del apostolado intelectual, particularmente por medio de las publicaciones, ya que lo escrito permanece y se propaga más, se pondrá un singular énfasis en la difusión del Evangelio mediante artículos en revistas de investigación o de divulgación, monografías, libros y demás niveles de publicación.
Enseñanza
Consideramos que algunos de los medios más importantes para alcanzar el fin establecido es trabajar sobre los puntos de inflexión de la cultura, a saber: las familias, la educación –en especial la escolar, la terciaria y la universitaria-, los medios de comunicación social y los hombres de pensamiento o “intelectuales”, en lo que hace a la iniciación y llamamiento, desarrollo, discernimiento, formación, consolidación, acompañamiento y posterior ejercicio de la vocación al apostolado intelectual.(5)
De manera especial, nos dedicaremos al anuncio de la palabra de Dios más tajante que espada de dos filos (Heb 4,12) en todas sus formas. En el estudio y la enseñanza de la Sagrada Escritura, la Teología, los Santos Padres, la Liturgia, la Catequesis, el Ecumenismo, etc.
“Se hace así necesaria la educación a amar la verdad, la lealtad, el respeto por la persona, el sentido de la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la verdadera compasión, la coherencia y, en particular, el equilibrio de juicio y comportamiento” (6). La educación a amar la verdad debe realizarse por medio de una formación intelectual amplia, que se ordene a la verdad y que no se quede en conocer las meras opiniones de los teólogos. Que sea una formación filosófica tal como San Justino entendía esta palabra. Que le dé tiempo a la teoría, al ocio intelectual, a la disputa sincera, que es una búsqueda común de la verdad. Que en las clases se enseñe y se aprenda. “Un programa sencillo y exigente para esta formación lo propone el apóstol Pablo a los Filipenses: todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta (Flp 4,8)”(7)