Consideramos que nuestra Espiritualidad debe estar profundamente marcada por el misterio de la Encarnación en sus múltiples aspectos.
Queremos estar anclados en el misterio sacrosanto de la Encarnación, que es “el misterio primero y fundamental de Jesucristo[1]” y desde allí lanzarnos osadamente a restaurar todas las cosas en Cristo[2]. Queremos ser otra Encarnación del Verbo para encarnarlo en todo lo humano.
Nuestra religión católica “es una doctrina, pero sobre todo es un acontecimiento: el acontecimiento de la Encarnación, Jesús, Hombre-Dios que ha recapitulado en sí el Universo (cf. Ef 1,10)” (Juan Pablo II).
Del hecho de la Encarnación redentora queremos sacar luz y fuerzas siempre nuevas, ya que Jesucristo es fuente inexhausta de Ser, de Verdad, de Bondad, de Belleza, de Vida, de Amor.
¿Por qué ‘anclados en el misterio de la Encarnación’? Porque «deseamos vivir intensamente las virtudes de la Trascendencia, la Fe, la Esperanza y la Caridad, a fin de ser sal y luz del mundo, sin ser del mundo. Porque queremos vivir intensamente las virtudes del anonadarse: humildad, justicia, sacrificio, pobreza, dolor, obediencia, amor misericordioso… en una palabra tomar la cruz.[3]
Hay que estar en el mundo y asumir en Cristo todo lo humano. No asumiendo lo que no es asumible, como es el pecado, el error, la mentira, el mal.
Para ello tomamos, como elementos fundamentales para permear con el Evangelio las culturas, las enseñanzas de la Constitución Pastoral ‘Gaudium et Spes’ del Concilio Vaticano II, las Exhortaciones Apostólicas ‘Evangelii Nuntiandi’ y ‘Catechesi Tradendae’; discursos del Papa Juan Pablo II, el Documento de Puebla, la Carta Encíclica ‘Slavorum Apostoli’, la Carta Encíclica ‘Redemptoris Missio’, la Exhortación Apostólica postsinodal ‘Pastores dabo vobis’, y todas las futuras directivas, orientaciones, enseñanzas del Magisterio ordinario de la Iglesia que puedan darse en el futuro sobre el fin específico de nuestra pequeña familia religiosa.