Durante la última semana de febrero hemos tenido la enorme gracia de predicar Ejercicios Espirituales Ignacianos para 5 ejercitantes, hombres y mujeres venidos desde diferentes puntos del país. Siempre es especial el considerar cómo Dios nos utiliza a nosotros – pobres instrumentos- para realizar grandes obras en el alma de los ejercitantes. Durante el ejercicio había dos sacerdotes dispuestos para responder consultas y oír confesiones.
En uno de los tiempos libres, uno de los ejercitantes se acercó a una de las hermanas y le dijo: “Hermana, me acabo de confesar”. “Muy bien, felicitaciones”, respondió la hermana. Pero el señor continuó diciendo: “Fue la primera vez en mi vida, y me ha ayudado mucho”. En ese momento la hermana comprendió lo que este hombre estaba viviendo y pudo compartir con él su inmnesa alegría.
Al finalizar los ejercicios espirituales, el mismo señor dejó un escrito con algunas reflexiones personales sobre esos días y nos dio permiso para que lo compartamos con ustedes y así al leerlas se alegren tanto como nosotras:
“Nunca hubiera pensado que en tan poco tiempo se podían dar tantos pasos hacia Dios Padre. Estoy muy agradecido con la hermana que me guió y preparó para mi confesión. ¡Mi primera confesión! También estoy muy agradecido con el sacerdote que escuchó mi confesión. El efecto de la misma es muy difícil de expresar con palabras. Muchas gracias a la hermana por haber predicado lo que fue la ‘llave’ para acercarme al sacramento: la meditación donde se explicó la parábola del hijo pródigo. Durante los ejercicios, hay mucho tiempo para rezar, cosa que al principio resulta un poco difícil, pero el conseguirlo es una gracia: es como pasar de un ‘oh, estoy de nuevo en la capilla’ a un ‘cuando llega el momento de ir de nuevo a la capilla?’ No es llamativo?.
No hay nada más importante en los ejercicios espirituales que crecer en la confianza en Dios y en el deseo de querer parecernos cada vez más a su Divino Hijo. Aquí otra cita del escrito:
“He tomado mayor conciencia de cuales son las cosas que obstaculizan mi camino y las que me ayudan a ir hacia Dios. He sentido ciertamente la mano de Dios. He podido dejarme caer suavemente en sus brazos. Y de esa manera el ‘ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi’ se ha vuelto algo más real. Al menos hemos dado un paso, estamos en camino…”
¡Agradecemos a Dios por todos los beneficios recibidos durante estos ejercicios espirituales!
SSVM misioneras en Heiloo