Al dolor de la guerra y sus consecuencias sufridas en Siria desde hace 12 años, sucedió el reciente terremoto que la devastó….
Aquella tierra bendita donde San Pablo vio y escuchó la voz de Jesucristo, donde de perseguidor de los cristianos pasó a ser uno de los más grandes Apóstoles de la Iglesia; esa Siria floreciente y famosa por su belleza (antes de la guerra), por las buenas relaciones que hacía que pudieran convivir en un mismo país, cristianos y musulmanes; esa Siria es hoy una tierra asolada por un nuevo flagelo y sus hijos se muestran dignos de su tierra mártir.
El reciente terremoto sumó dolor sobre dolor, y agregó una gran inseguridad en la gente. Los edificios que ya eran precarios por los bombardeos de un tiempo, se desplomaron durante la noche del 5 de febrero como un castillo de naipes, sobre tantas víctimas y otros cayeron después durante las réplicas, muchas de las cuales aún hoy se sienten. Mucha gente deambula por las calles y duermen en sus autos, no saben dónde ir…en medio del cruel frío de esta época.
¡Cómo no sentir compasión por estos hermanos? El dolor de esta gente es el nuestro y lo queremos hacer nuestro. Nos hicimos misioneros, para dar testimonio del modo de vivir y existir del Verbo Encarnado, para que todos pudieran contemplar a Cristo al ver nuestra caridad; que pudieran experimentar su misericordia cuando les llevamos conforto y consuelo; en fin, que pudieran experimentar que aun en las horas más oscuras, surge la Luz que es Cristo para iluminar, para unir, para dar una ocasión de hacer el bien. Los sacerdotes de nuestra familia religiosa llegaron en el 2009 y muy pronto se sumaron religiosas de nuestro Instituto. Nuestros misioneros han estado todo el tiempo de la difícil guerra (2012-2017) y permanecen de un modo silencioso, demostrando a esa gente tan probada que la Iglesia no los deja solos….aun cuando pareciera que el mundo se ha olvidado.
En Alepo se abrieron los principales edificios, Iglesias y colegios para socorrer las miles de víctimas. En el Obispado Latino donde vivimos, las puertas también se abrieron de par en par para socorrer a muchas familias cuyas casas ya no son seguras. Actualmente suman 90 personas que hemos recibido en el Obispado y muchas otras que ayudamos fuera. Salones y habitaciones se convirtieron en un gran campamento, colchones en el piso y comidas comunitarias, para intercambiar palabras de aliento unos con otros.
¿Cuál es el comentario que sobresale? ¿Alguno podrá pensar que abundan las quejas, preguntándose porque nuevamente llega tan grande catástrofe? No… Las palabras que han aflorado de sus labios han sido de agradecimiento a Dios por haberlos salvado una vez más. Porque saben que la vida es un don de Dios y que en todo lo que sucede hay un designio de Su amor. No somos nosotros quienes gobernamos nuestra vida como si todo acabara aquí, sino que estamos hechos para el Cielo. ¡Hay un Padre que es Providente! Esta es la visión de la gente de Alepo. Cada día, aun en medio del dolor, es una nueva acción de gracias. Esa paz interior en medio de la prueba, solo puede ser fruto de la unión con Dios. ¡Por eso y por la entereza que hemos podido constatar a lo largo de estos dolorosos años, es un honor servir este pueblo!
Además de las dos casas para acoger jóvenes universitarios con pobres recursos, a cargo del P. Enrique Gonzalez, IVE (los varones), y de la Madre Mariam Ilige, SSVM (las mujeres), nuestra Congregación está abocada a la ayuda de los más necesitados en una de las zonas más pobres de Alepo, Midán, guiados por el P. Hugo Alaniz, IVE (párroco de la zona) quien ha organizado y formado jóvenes profesionales (doctores, farmacéuticos, ingenieros, arquitectos, contadores) para discernir quien realmente necesita ayuda y hacer más efectiva la obra de caridad por medio de los cupones de alimentos, medicinas para enfermedades crónicas o graves, asistencia médica, arreglos de casas, etc.
La misión también se destaca por la labor con niños y adolescentes, brindándoles asistencia escolar, comida, cursos varios, oratorio y catequesis. Actualmente suman casi 500. Por otro lado, se beneficia a jóvenes con microemprendimientos, capacitación laboral y profesional, para que puedan rehacer sus vidas y cuenten con un trabajo digno para mantener sus familias.
Pero sobretodo eso, la misión de nuestros sacerdotes es confortar a la gente con el Pan de los Ángeles y el resto de los sacramentos que alimentan el alma y son el único consuelo.
Apenas pasó el terremoto, el Padre Enrique fue con algunas hermanas y voluntarios a visitar los ancianos que están solos y familias necesitadas a quienes usualmente ayudamos. ¡Cuánta alegría al ver que alguien preguntaba por ellos, para saber si habían sobrevivido! Esos ancianos viven casi postrados y nuestros padres, hermanas y voluntarios los visitan regularmente llevándoles comida y medicamentos. Esa visita, como todas las que se continuarán haciendo fue para ellos de gran emoción, recibir un destello de la luz y la caridad de Cristo.
Como en todo momento de dificultad, surgen opciones valientes y generosas, destellos del amor misericordioso de Dios. Somar, uno de los jóvenes de la residencia de universitarios a cargo de nuestros sacerdotes, estudia medicina y estuvo haciendo voluntariado como bombero. En lugar del descanso merecido después de tanto esfuerzo en los primeros días, teniendo la posibilidad de regresar con su familia eligió continuar ayudando y fue a una de las zonas más devastadas, para sumarse a la fila de los héroes que siguen buscando vidas entre los escombros, porque saben que el tiempo se está agotando. Este joven fue donde más se lo necesita en este momento, sin importar el cansancio, ni el hambre, ni noches sin dormir, sin doblegarse ante el peso de la cruz: PORQUE ESTE ES EL MOMENTO PARA LLEVAR LA LUZ DE CRISTO.
“Brille vuestra luz delante de los hombres” pidió Jesús a sus discípulos…no para gloriarnos de esa luz por nosotros mismos, sino “para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5,16).
Quiera Dios que no cesen en esta tierra mártir, los ejemplos de jóvenes valientes que miren más allá de su bienestar; que muchos sacerdotes y religiosas se lancen a conquistar esta bendita tierra por medio de la Caridad de Cristo que nos urge (2Cor 5,14) y que no morirá jamás (Cf 1Cor 13,8).
M. María del Cielo
Misionera en Tierra Santa